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CUARESMA 2025

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Evangelio del miércoles de ceniza

En el comienzo de la Cuaresma, los cuarenta días de preparación para la Pascua, la Iglesia, como cada año, alza la voz recordando a los cristianos la llamada a la penitencia y a la conversión personal.

El morado de las vestimentas sacerdotales y del velo que cubre el sagrario  entre otros signos penitenciales que nos “Recuerda que eres polvo y en polvo te convertirás” nos introduce en este tiempo litúrgico que antecede a los misterios centrales de nuestra fe.

En el pasaje evangélico que la Iglesia nos invita a considerar que, el Señor se centra en los actos fundamentales de la piedad individual: la limosna, el ayuno y la oración.

No hay mayor sacrificio que un corazón puro (cfr. Salmo 50), por eso, Jesús, frente a un posible cumplimiento meramente externo de estas prácticas, nos enseña que la verdadera piedad ha de vivirse con rectitud de intención, en intimidad con Dios y huyendo de toda ostentación.

Si la pureza de corazón se logra mediante una comunión íntima con el Señor, la oración necesariamente ha de ser una operación marcada por la sencillez y la veracidad con la que buscamos al Señor y nos dejamos encontrar por Él.

“Que nuestra mente esté en conformidad con lo que dicen los labios”, escribía san Benito en su famosa Regula. Y ahora, en este tiempo de especial penitencia, podemos decir también que nuestros sentidos, nuestro cuerpo y todas nuestras acciones estén en conformidad también con lo que decimos de palabra.

Por eso la oración se encuentra tan ligada al ayuno y a la limosna. Un diálogo personal y amoroso con nuestro Padre Dios que no va acompañado de obras es difícil que muestre una oración auténtica, una oración que da vida a los demás y que nos cambia la vida.

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